Para Richard:
Esta mañana nos dejó para siempre un gran taxónomo, etnobotánico, naturalista, y conservacionista del Desierto Sonorense. Es una práctica común que se digan palabras de elogio sobre alguien que acaba de fallecer, pero Richard Felger, mi amigo desde hace 20 años, se las ganó merecidamente al igual que todo mi cariño y respeto.

Mi primer encuentro con Richard ocurrió de manera casual en 1986, mucho antes de que yo iniciara mi carrera como botánico. Después de tener una reunión de trabajo con el Dr. Gary Nabhan en la Universidad de Arizona, por alguna razón mis compañeros y yo terminamos en la casa donde Richard vivía, en algún lugar cercano a la universidad.
Mi primera impresión de él fue la de un hombre rubio, delgado, de rostro serio y severo, hasta intimidante, que proyectaba mucha seguridad por el gran conocimiento que tenía sobre las plantas del desierto sonorense. Me llamó mucho la atención ver que tenía unos gabinetes metálicos de color verde donde guardaba muestras de las plantas que él había recolectado en sus travesías por el campo, entre ellas la especie que era de interés para nosotros en aquel momento: Proboscidea parviflora.
Tuvieron que pasar 14 años para que yo volviera a tener otro encuentro con Richard. Circunstancialmente, una de esas maneras en que se dan las cosas, en el año 2000 recibí el apoyo financiero del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología para iniciar un proyecto que incluía, entre otras cosas, la exploración botánica de la Sierra El Aguaje, al norte de San Carlos, municipio de Guaymas. Ante la falta de un botánico para este proyecto, Thomas Van Devender me sugirió que me pusiera en contacto con Richard, debido a que ya tenía muchos años trabajando en la región de Guaymas, considerada por él como “el centro del universo”; además, porque recientemente había publicado su Flora del Cañón El Nacapule.
Atendiendo la sugerencia de Tom, invité a Richard a colaborar en ese proyecto y tuve la gran fortuna de que aceptara, aunque bajo cierta condición: nosotros tendríamos que realizar las colectas de los ejemplares mientras que él haría las identificaciones.

Conforme fuimos encontrando plantas interesantes, solo fue cuestión de tiempo para que Richard se incorporara a nuestras excursiones. Fue así como yo inicié mi carrera como botánico de campo, con la fortuna de estar desde entonces bajo la tutela de uno de los botánicos más grandes del Desierto Sonorense.



Tras dos decádas de amistad con Richard, les puedo decir que lo único que superaba a su extenso conocimiento como botánico era su gran calidad humana. Poseía una enorme capacidad para poner de lado los temas científicos que dominaba, convirtiendo las horas de convivencia en un trato más cálido y personal, sobre todo hacia la gente que él apreciaba y respetaba. Esto fue algo que mi esposa y yo pudimos percibir durante nuestra relación de amistad con él, ocasionando que ambos le profesáramos una gran admiración y cariño.

No quiero cerrar este escrito con palabras que reflejen mi duelo por su partida; aunque lo extrañaré mucho, prefiero honrar los recuerdos de nuestras vivencias y celebrar su pasión por la vida diciendo las palabras que de manera alegre y relajada empleaba para despedirse: “Pax et Prosopis”.
José Jesús Sánchez Escalante 31 de octubre de 2020